La Batalla de Pernambuco o de los Abrojos

Texto original de Clara Zamora,
Comisaria de esta exposición.


A lo largo del siglo XVII, los holandeses, a través de sus Compañías de las Indias Orientales (1602) y de las Indias Occidentales (1621), se fueron estableciendo en el Caribe, América del Norte, el Índico, la India y el Pacífico. De esta manera, Holanda se convertía en la primera potencia comercial del mundo, superando entonces al Imperio español. Estas compañías obtuvieron, respectivamente, el monopolio del comercio oriental y el del tráfico de esclavos entre América y África. Su mayor objetivo era ocupar las regiones productoras de azúcar para incentivar este negocio. A partir de este momento, la armada española tendría como principal misión la defensa de sus territorios de ultramar y el combate contra la piratería.

Con el deseo de establecer un fluido comercio entre sus tierras americanas, africanas y europeas, Holanda buscaba puertos estratégicos. Con esta intención, en 1630 una flota holandesa capturaba, en la costa brasileña, Pernambuco. Sus habitantes trataron de defenderse bajo el mando del gobernador general de los estados de Brasil, Matías de Alburquerque –primer y único conde de Alegrete–, en la que sería una de las operaciones transatlánticas, estratégicas y logísticas más importantes de todo el siglo. Su principal objetivo debía ser, pues, desembarcar refuerzos para impedir el bloqueo holandés. Pero la respuesta española no fue ágil y permitió al invasor fortalecerse in situ. Algunos grandes propietarios de fábricas de azúcar aceptaron la posible dominación holandesa, al entender que ésta supondría una inyección de capital y una administración más liberal, lo cual contribuiría al insaciable desarrollo del negocio (1).

No fue hasta la tarde del 5 de mayo de 1631 cuando partió de Lisboa una flota compuesta por 16 naves españolas y cinco portuguesas escoltando 12 carabelas con tropas de refuerzo: 3.200 soldados castellanos, portugueses e italianos al mando de Giovanni di San Felice, conde de Bagnuolo. Antes de partir, entre las instrucciones que el rey Felipe IV dio por carta al almirante guipuzcoano que iba a estar al frente de la escuadra, Antonio de Oquendo y Zandátegui, destacaban las siguientes: que la gente viva bien y cristianamente; que no se permitan juramentos, blasfemias y otros pecados públicos; que no se embarquen mujeres, y que Oquendo lo controle todo con visitas públicas y privadas; asimismo, el monarca dio órdenes de asistir a otras plazas, embarcar los azúcares y llevarlos de vuelta a España (2). La flota llevaba desplegadas al viento sus blancas banderas con escudos de armas y efigies de santos, en tanto que en la navedel almirante Oquendo lucía el rojo estandarte regio y, en la popa, la imagen ecuestre y pintada en vivos colores del apóstol Santiago. Llegaron a Bahía, al sur de Pernambuco, dos meses más tarde. No encontraron enemigo, desembarcando los refuerzos y reorganizando en Bahía de Todos los Santos el socorro a Pernambuco y Paraiba; los soldados se afiliaron para socorrer a los suyos, volviendo a la mar el 3 de septiembre.
 
Nueve días más tarde, el 12 de septiembre de 1631, la armada española advirtió a barlovento a la escuadra holandesa, compuesta por 16 de sus mejores buques cuidadosamente elegidos, con 1.500 hombres y el almirante holandés Adrian Hans-Pater al frente. Fue entonces cuando nueve días más tarde, el 12 de septiembre de 1631, la armada española advirtió a barlovento a la escuadra holandesa, compuesta por 16 de sus mejores buques cuidadosamente elegidos, con 1.500 hombres y el almirante holandés Adrian Hans-Pater al frente. Fue entonces cuando Oquendo «que era amigo de zumba, respondió que los diez y seis navíos enemigos que veía eran poca ropa. Quedaron, por tanto, las cosas como estaban, sin más alteración que situarse a sotavento, apartadas de la armada las naves que no eran de combate»3. Así pues, el almirante español configuró la línea de batalla y ordenó a los navíos de azúcares y carabelas colocarse de manera que la capitana –galeón Santiago– y la almiranta –galeón San Antonio– se situaran en los extremos. Los cañones comenzaron a disparar. La capitana holandesa se dirigió a la española de Oquendo y metió el bauprés por la popa, pero el almirante supo maniobrar hábilmente hasta que apareció otro galeón holandés. Pero una pequeña nao portuguesa, Nuestra Señora de los Placeres, al mando del capitán Cosme de Couto, acudió en su ayuda atravesando el conglomerado de buques. La batalla fue incrementando su fuerza inicial así como el número de bajas. Llegó un momento en que estaban los dos almirantes –Oquendo y Hans-Pater– sin velas, ni jarcias, ni tripulación. En ese momento, un taco encendido de un disparo que hizo uno de los cañones de la nave Santiago se prendió en la nave enemiga provocando una enorme llamarada. El peligro de que se expandiera a la nave de Oquendo era inminente; entonces, la capitana del dálmata Jerónimo Masibradi4 –con el capitán Juan de Prado al mando– acudió en su ayuda y, con maniobra ágil y bien efectuada, la tomó a remolque por la popa alejándola lo suficiente para ver volar la enemiga sin riesgo. El almirante Pater perdió la vida al arrojarse a la mar cuando su buque era pasto de las llamas, sustituyéndole al frente el almirante Thys. Los principales combates fueron entre las capitanas y almirantas de ambos bandos. Los demás buques lucharon a distancia, con los cañones, sin ardimiento alguno, esperando el desenlace de la lucha entre las naves principales. Finalmente, Oquendo quedó vencedor y, para su gloria, se apoderó del estandarte holandés, que hoy se exhibe en el Museo Naval de Madrid como depósito de los duques del Infantado. El combate duró siete horas y se saldó con casi 600 muertos y 200 heridos, dos galeones hundidos y uno preso. La misión de socorrer a Pernambuco se cumplió. El 21 de noviembre entraba Oquendo en Lisboa con grandes manifestaciones entusiastas por el triunfo conseguido.

CLARA ZAMORA es Doctora en Historia del Arte y Licenciada en Periodismo. Comisaria de exposiciones y autora de numerosos artículos. En la actualidad ejerce como profesora en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.