Espacios de la Muestra
Con más de 360 m2 la exposición se divide en cuatro espacios agrupados según la forma en la que las piezas llegaron al Museo.
Relación con Asia a través del mar
Además del interés geopolítico y económico que representaba Asia para el Estado español, a muchos de los ilustres marinos destinados en aquellas latitudes les guiaba un interés científico. Ejemplo de esto lo encontramos en el
“Diccionario ilustrado sobre construcción naval”, escrito por el Capitán General Juan José Navarro, primer marqués de la Victoria. Realizado entre 1719 y 1756, se trata de una recopilación de los tipos de embarcaciones más frecuentes de cada
región: juncos de Nanquín y Pekín, grandes barcos malayos de guerra, barcos dragón de Tailandia, pequeños botes de Java, galeras de piratas de Borneo y barcos de pesca de Corea.
Posteriormente, en el siglo XIX, para mostrar los descubrimientos obtenidos, se organizaron en Europa un buen número de Exposiciones Universales. Estos eventos, ideados como escaparates culturales, suponían el primer contacto entre la ciudadanía del viejo continente con esas “nuevas culturas”, pese a que muchas de ellas eran milenarias. La Armada participó de forma muy activa en estas celebraciones y, también, mediante publicaciones científicas, prensa y revistas ilustradas contribuyó a acercar al público el conocimiento y el gusto por lo oriental.
La especial atracción hacia China y Japón fomentó el acercamiento entre las sociedades y fue el germen de la creación de nuevas corrientes artísticas tales como el Orientalismo y el Japonismo. Así, el interés por la estética oriental pronto se extendió entre todas las capas sociales. Muestra de esto es, a nivel popular, el uso de abanicos o de los famosos mantones de Manila; pero también entre la élite de la España del momento, cabe recordar que Isabel II, seguidora de esta corriente artística, encargó decoración asiática para aderezar y adornar algunas estancias como los salones del Palacio de Aranjuez. Esta reina también supo apreciar el valor científico de las colecciones traídas de Asia y decidió donar al Museo Naval aquellos elementos que consideraba más importantes para la formación de los marinos. Una pieza muy destacada entre las donadas por Isabel II es el Barco Floral chino, una embarcación excepcional de marfil prolijamente tallada y pintada.
Gabinete Chinesco
Contagiada por las corrientes científicas y filosóficas de la Ilustración, la Armada creó el Museo Naval en 1843.
Con la finalidad de ofrecer una colección lo más completa posible, se realizó una petición de materiales a los marinos destinados por todo el mundo. El objetivo era dar a conocer las culturas asiáticas en España; una iniciativa que formaba tanto a los marinos como al público general.
Especialmente entre 1840 y 1880 muchos marinos destinados en Filipinas colaboraron generosamente al remitir piezas relacionadas con Asia, especialmente procedentes de China. La calidad de muchos de estos objetos hizo que el Museo Naval creara un exclusivo Gabinete Chinesco, decorado al gusto extremo-oriental. En pocos años los fondos albergados representaban a más de una docena de países asiáticos.
La peculiaridad más interesante de los fondos recibidos es que gran parte de ellos se conservan junto con los textos que los describían y que habían sido enviados por los mismos benefactores. Estos documentos constituyen verdaderos informes, muchos de ellos obtenidos a través de referencias tanto de misioneros como de eruditos locales. Esta particularidad contribuyó a fomentar el carácter científico, divulgativo y formativo de la institución.
Espionaje y diplomacia
Los conflictos y las alianzas han generado un buen número de materiales que, progresivamente, han ido engrosando los fondos asiáticos del Museo Naval de Madrid. Algunos de los objetos conservados reflejan con exactitud los distintos conflictos y alianzas entre España y Asia.
Muchas de las piezas fueron testigos de estos acontecimientos y son reflejo de la labor y objetivos de España en el continente asiático.
En la lucha contra la piratería, el espionaje permitía conocer los enclaves donde operaban los piratas, las fuerzas y recursos de que disponían y, en la medida de lo posible, atacarles por sorpresa en su propio territorio. Por su parte, la diplomacia empleaba los conocimientos adquiridos por el espionaje, y las experiencias de los propios marinos, para elaborar discursos y estrategias. Destacan aquí las luchas contra la piratería de marinos como Halcón y Ruiz de Apodaca.
También tuvieron lugar en Asia acciones de combate a gran escala en las que participó España, aunque es cierto que fueron episodios muy puntuales y causados por influencia de otras potencias occidentales. Un ejemplo es la Guerra de Cochinchina (1858-1862), en la que destacó especialmente el Alférez de Navío Siro Fernández.
Digna de mención es la misión diplomática de Melchor Ordóñez y Ortega a Indochina. En 1879 viajó al sudeste asiático como encargado de negocios y ministro plenipotenciario especial de España. Este culminó con éxito su misión logrando un acuerdo comercial y afianzando las relaciones entre Alfonso XII y los reyes de Siam (actual Tailandia) y Camboya. Fruto de sus experiencias, publicó un libro que atestigua su faceta de erudito y coleccionista. Le llamó especialmente la atención Tailandia y en su texto revela su gran interés por el país, que abarcaba desde la danza, pintura, sociedad o música, hasta su geografía, biología o religión.
No podemos olvidar la relación excepcional que se entabló entre el almirante Togo y los representantes de España en Japón; ni tampoco el trabajo del Teniente de Navío Carlos Íñigo y Gorostiza y sus estudios sobre la construcción de los buques de guerra nipones. También destaca la intervención española, por decisión del General Primo de Rivera, en el conflicto bélico interno que tuvo lugar en China en 1927. En esta acción fue decisiva la actuación del Capitán de Navío Ramón de Navia Osorio y Castropol.
Colecciones particulares
Este es el caso del Marqués de Croizier quien, además de explorador y erudito francés, investigó y publicó múltiples estudios sobre el sudeste asiático. Para difundir estos compendios de conocimiento fundó la Sociedad Académica Indochina de Francia, de la que Alfonso XII pasó a ser mecenas. El monarca, miembro de la sociedad desde 1883, respaldó el premio que llevaba su nombre, un galardón que reconocía la labor de aquellas instituciones españolas que más contribuían a las investigaciones sobre Asia.