Arte y Política en el Siglo de Oro español



Texto original de Clara Zamora.
Comisaria de esta Exposición. 


Esta victoria del almirante Oquendo frente a los holandeses en Pernambuco incitó al orgulloso marino a encargar dos series de cuadros para legar el testimonio de su triunfo a la posteridad, dejando para la historia uno de los primeros documentos gráficos en serie de una batalla naval española. Así encargó una primera serie de cuatro cuadros al pintor Juan de la Corte (Amberes, 1585–Madrid, 1662) para regalárselos al monarca Felipe IV, gran amante del arte. Existe una segunda serie compuesta por solo dos cuadros. Es de una calidad pictórica algo superior y son obras anónimas.

Las seis marinas describen fundamentalmente dos episodios de la batalla: la preparación de las líneas de combate y el encuentro entre las naves capitanas y almirantas. En sus distintos momentos, aparecen medio centenar de barcos, entre los dos tipos de buques que se enfrentaron: holandeses e hispanolusos. La composición es típica de finales del XVI y principios del XVII, aún no se observa el fragor de la guerra ni la acción enérgica típica del barroco. Son composiciones lineales, serenas, en las que –únicamente en el último cuadro de cada una de las dos series– se concentra el escaso movimiento en primer plano, con las dos naves principales ardiendo. A pesar de que desde el punto de vista artístico no muestran un gran avance respecto a su tiempo, estas obras son fieles al acontecimiento histórico, siendo su valor testimonial y documental. Se aprecia en ellas el lenguaje de las banderas, los signos de identificación vigentes en los barcos e, incluso, aportan datos para intuir los códigos que se utilizaban entre jefes y subordinados.

Con sus diferentes avatares y destinos, estos seis cuadros son ejemplos muy valiosos de la estrecha conexión que existía entre arte y política en el siglo XVII. Las obras de arte fueron utilizadas con intereses y funciones que iban más allá de lo meramente artístico. Las implicaciones hoy conocidas que existían detrás de los encargos, intercambios, compras y despliegues de obras muestran cómo el arte fue un instrumento privilegiado al servicio de la política como intermediadora para las necesidades, ambiciones y estrategias. Felipe IV fue el monarca español que más pasión demostró por la pintura, de modo que nada era mejor para agradarlo y agasajarlo que regalarle cuadros, como bien supo entender el almirante Antonio de Oquendo. Solo hay que mirar las cifras: a la muerte del rey había unas 2.600 pinturas en cuatro residencias reales –el Alcázar, el Buen Retiro, El Escorial y la Torre de la Parada–, estimándose el total de los cuadros pertenecientes a la Corona en unos 5.500.

Finalmente, es necesario destacar la importancia de esta serie de cuadros, que por su tema e interés descriptivo ocupan un lugar relevante en la pintura del siglo XVII, siendo representaciones casi únicas de la arquitectura naval de la época (se observan galeones de diversos tipos, artillería, fanales, pavesadas, etcétera). La guerra naval marcó de forma muy significativa la historia común entre España y los antiguos Países Bajos en la Edad Moderna. Existen muy escasas representaciones pictóricas nacionales de estas batallas. En España, prácticamente solo el Museo del Prado dispone de una muestra aceptable y parte de ella está repartida en diferentes museos, por lo que esta serie de cuadros sobre la batalla de Pernambuco cobra una importancia más que notable dentro de la historia de la pintura española.